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El reconocible estilo de M. C. Escher (1898-1972) ha poblado internet de construcciones imposibles, metamorfosis inesperadas y toda clase de acertijos visuales. Era zurdo, como Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Durero o Holbein y realizó más de 448 grabados y unos 2000 dibujos y bocetos.
El dibujo llegó por casualidad
Una semana después de matricularse en la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas de Harlem, decidió estudiar arte gráfico, animado por su profesor y también artista gráfico Samuel Jessurun de Mesquita. Poco a poco fue conformando su universo particular. Y, pese a no buscar el gran público, su obra llega hasta a quien no ha oído nunca hablar de él. Los acertijos visuales de Escher interrogan al espectador, que encuentra el enigma y solución casi al mismo tiempo.
Viaje a Italia
Después de terminar sus estudios, realizó numerosos viajes por Italia, donde conoció a su esposa Jetta Umiker. Durante once años dibujó e hizo bocetos para plasmarlos en grabados a su vuelta. Ya en estas primeras obras se advierte el estilo de sus obras más famosas, donde intrincadas arquitecturas van a todos lados y ninguno, o donde las tramas de los objetos encuentran dimensiones inesperadas, incluyendo juegos visuales que interpelan al espectador.
La división regular del plano
Sin embargo, fue al visitar la Alhambra de Granada en 1922 cuando el artista encontró la inspiración para crear los patrones de algunas de sus obras más famosas, gracias a la recomendación de su amigo matemático H.S.M. Coxeter. Allí halló aplicado el principio del teselado por doquier. Una teselación es un patrón regular que se conforma sin que queden espacios entre sí y sin que se superpongan las figuras.
Formas infinitas
A Escher le fascinó esta división regular del plano y en ella basó muchos de sus ingenios visuales. También talló algunas esferas en madera de haya, consiguiendo traducir a un plano esférico y tridimensional lo que hasta entonces estaba realizando en un soporte bidimensional. Una de estas esferas se conforma por una sucesión de peces que aparecen uno detrás de otro. Aunque los peces sean limitados, es esta superficie curva, inabarcable de un vistazo, la que fortalece la idea de infinito que palpita en la obra de Escher.